Dijo Gombrich para definir el Arte, que “no existe, realmente, el Arte. Tan sólo hay artistas”, y artistas eran todos cuantos se hallaban reunidos el pasado sábado 5 de septiembre a las puertas del Bar Las Cuatro Esquinas para participar en el Concurso de Pintura Rápida al aire libre, que desde hace 8 años se viene celebrando en Ubrique.
A las 9 de la mañana comenzaba el sellado de los lienzos, o cualquier otro soporte en el que el pintor decidiera dar vida a su obra, pero una hora antes ya había gente haciendo cola para la inscripción. Cargados de enseres o bártulos (bastidores, lienzos, maletines, paletas, pinceles, carritos, caballetes…) y rodeados de amigos y familiares.
Era la primera vez que asistía a un evento como éste, al que acudí llena de ganas e ilusión, las mismas con las que ya aguardo la próxima edición. Fui una cronista improvisada, a través del objetivo de mi cámara pude captar muchos momentos, gestos, bocetos…que me permiten, ahora en la tranquilidad de mi hogar, ver paso a paso como se fue “fraguando” la obra, los cambios producidos, los cambios de colores, de composición, e incluso captar la obra de aquellos autores que finalmente decidieron no presentarla (que fueron los menos).
Siempre he estado vinculada al mundo de la pintura, porque desde muy pequeña observaba ensimismada como mi padre, aprovechando el escaso espacio de una vivienda de 60 m2 en el que vivíamos cuatro personas, pintaba en el balcón. Donde al entrar siempre me embriaga el olor a pintura (casi siempre al óleo), a aguarrás (podría decir que estaba “ebria de trementina”) y a colillas de cigarrillos rubios amontonadas en un cenicero.
Tal vez por eso lo observaba todo con la mirada atenta, y mi memoria olfativa traía hasta mí algunos recuerdos de mi infancia, cuando mi padre, además de en casa salía al bellísimo parque de mi localidad a pintar, junto a la ribera del río (aquella que por cierto también pintó Matheu).
Los participantes tenían por delante una jornada de apenas ocho horas para realizar su tarea, siendo el tema libre y la zona donde realizar las obras quedaba delimitada por el Casco Antiguo de Ubrique. (Del río para arriba y hasta el Convento).
Llegaron pintores y pintoras de toda la geografía, no sólo nacional, puesto que se contó con la presencia de alguien que vino desde Viena, y otra persona con domicilio en Dinamarca, el resto, de puntos más cercanos (el propio Ubrique, Villamartín, Sevilla, Córdoba, Sabadell…), también de todas las edades. En algunos casos participaban ambos miembros de la pareja, y los niños también venían pertrechados para la labor.
En Navidad, pude conocer el Casco Antiguo convertido en Belén viviente, ahora lo estaba viendo convertido en un estudio de unas dimensiones y una belleza extraordinarias. La gente, pintores, y lugareños, fotógrafos, mirones, curiosos, se agolpaban por cada rincón, observando las obras, conversando con los autores, y en el mayor de los casos ofreciéndoles generosamente cuanto necesitaran.
Me sorprendieron, gratamente, esta generosidad de los vecinos ubriqueños, y la mutua colaboración y ayuda entre los “competidores”. Desde quien prestaba a otro algún material o herramienta que necesitara, hasta quién aconsejaba a otros sobre el color y la perspectiva, o sobre la mejor zona para situarse. Como leí no hace mucho en algún sitio, “el bien es mayoría, pero no se nota porque no hace ruido”.
Fue un día hermoso, plagado de sol y caluroso en exceso, que sin embargo no impidió el disfrute del mismo, nada que no se pudiera solucionar con una cruzcampo bien fría.
Al llegar la tarde la calle Higueral hacía las veces de una galería de arte, habitada por las casi 90 obras que se presentaron, y por un público ansioso por su descubrimiento, haciendo sus quinielas, y con muchas ganas, sobre todo, de conocer el fallo del jurado, que premiaría a 10 de estos cuadros. Como oí decir a una pintora que ya había acudido al concurso en muchas ocasiones, “lo importante es pasar un día estupendo, haciendo lo que a uno le gusta”, a lo que añadí, que si además, uno lo ve reconocido, de la forma que sea, mejor que mejor.
Ese fue el momento álgido del día, cuando subido sobre un poyo a la puerta de Las Cuatro Esquinas, rodeado de una multitud alegre y expectante, uno de los miembros de la organización comunicó el falló del jurado.
Caras de júbilo, de gozo, de alborozo… y los cuadros ganadores balanceados en el aire como en una procesión a lo largo de la calle Higueral. Las caras de aquellos que fueron premiados, lo dicen todo.
Pero para aquellos que no ganaron (oficialmente) también hubo premio, entre ellos el reconocimiento del público, y en gran parte de los casos, la venta de sus obras.
De mi quiniela personal hubo dos cuadros en la lista, de algunos tengo como recuerdo esas fotografías que son un seguimiento desde su alumbramiento.
Yo también siento que gané y que aprendí de la ilusión y el trabajo de todos esos pintores, noveles, con experiencia y exposiciones a sus espaldas, o aficionados. Todos ellos merecen mi aplauso, y a todos o a muchos de ellos espero volverlos a ver en la próxima edición.
Y GRACIAS a Cristobal (el alma máter y padre del concurso), Paco, Juan Manuel, Manolo y Alejandro por hacerme partícipe de esta historia.
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